El último beso

Siempre llega el último beso. Las más de las veces, incluso, se convierte en el último tiempo después de haberlo dado, y entonces, si duele, duele diferente. Pocas veces estamos preparados para esa despedida, para ese gesto, para ese adiós. Un beso efímero que, de repente, se hace eterno. Una eternidad en un segundo. En un beso.

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Intensidad

Hace años tuve la suerte de trabajar con un grupo de personas increíbles. Eran discapacitados intelectuales intentando integrarse en una sociedad hostil y reacia a ellos. Personas jóvenes por fuera, niños por dentro, tan capaces de concentrarse en un intenso trabajo de observación hasta hacer de él perfección, como incapaces de entender el fundamento que rige una operación matemática sencilla. A pesar de las dificultades, estos chicos conocían su misión y la practicaban con interés. Tanto que, las más de las veces, eran ellos los que guiaban mi mirada hacia un problema que había pasado desapercibido. Daban grandeza a cada día, aun cuando todos tenemos momentos malos. Eran una hermosa razón para cruzar la Comunidad de Madrid cada mañana y trabajar con ellos. Aprender de ellos.

Ahora, años después, a veces me evado pensando en ellos y envidio su manera de afrontar cada mañana. Incluso me culpo, porque mis preocupaciones son sin duda más poéticas que las suyas, que son reales, duras. Años después me enseñan que sin pasión no avanzo en mi camino.

La pasión estaba profundamente dormida, o escondida en un lugar a muchos kilómetros de aquí. Y ahora vuelve con la musa que una vez se la llevó. No lo esperaba, aunque pensase en ella casi a diario. No sabía cuánto la echaba de menos hasta que volvió a aparecer. Y me pide menos intensidad, pero sin intensidad no soy.

Es la pasión lo que me mueve dentro de ti.

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Noche

Parece que fue hace siglos, miles de años. Cuando la luna aún no paseaba el cielo, yo te besaba. Te besaba y te habría besado eternamente, como tantas miles de noches atemporales, ya. Te habría besado hasta el infinito, esquivando las estrellas. Te habría besado tan de verdad como aquella noche de eterno verano.

Como aquella noche de eterno recuerdo.

Como aquella eternidad cogidos de la mano.

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El banco de Westminster

Una plaquita en el respaldo de aquel banco de madera le recordaba que sería eternamente pensada.

Y allí, sentado, pensé en ti.

Banco Westminster

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La memoria

A la hora en que las sombras duermen, la luz de la luna deja adivinar una silueta acercándose. ¿Recuerdas —me preguntas, Memoria, mientras llega a mí —aquella figura?

Y yo no contesto. Y la recuerdo, claro, entretejida conmigo. Acariciando mi brazo con la punta de sus dedos. Respirando mi respiración en un momento infinito.

Después un silencio atronador, y la noche se vuelve poesía.

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